Y entonces, llega la hora de ir a dormir. Me tumbo y empiezo a pensar. Y me doy cuenta de muchas cosas. De que llegué a tu vida casi de rebote. Y de que eso fue el día menos pensado. Y de que ya no me siento tan sola. Y de que me has cambiado tanto. Y de que me entiendes como nadie nunca lo había hecho (o al menos eso creo). Y de que primavera y verano no habrían sido lo mismo sin ti. Y de que no hace falta que sea otoño porque cuando te miro, me doy cuenta que otoño son tus ojos. Y de que este invierno mi mejor abrigo contra el frío serán tus abrazos. Y de que cuando llueve soy un poquito más feliz y si estoy contigo otro poquito más feliz. Y de que en mi mundo la mejor escena de película, que jamás nadie haya visto, es una en la que tú sales sonriendo. Y de que me haces sentir viva. Y de que tengo mucha suerte. Y de que adoro la forma con la que me miras. Y de que estoy loca, porque pasaría el resto de mi vida viendo cómo sonríes.
Y poco a poco, me acabo quedando dormida.
Y sueño.
Y al despertar, me doy cuenta que esto, lo nuestro, es también un sueño pero de esos que aunque te despiertes...sigue siendo todo como en un sueño. Pero del que no quiero despertarme.
(Y tú, ¿en qué piensas antes de ir a dormir?)