"-Mírala", me dijo. "-Es tan inocente que podrías lastimarle el corazón por cualquier tontería".
Era cierto. Lo que no sabía es que así lo había hecho. Después de pasar tantas noches en vela, de secarle las lágrimas y vaciarle la mirada de temores, me puse a trabajar con su corazón y acabe dejando un enorme y terrible hueco, un roto irreparable con el tiempo.